Las del Amfiv de baloncesto en silla son unas escuelas deportivas «peculiares», admite su entrenador, Natxo Cabaleiro. Por un sinfín de motivos. Para empezar, porque no hay limitación de edad como en el resto de las municipales, y continuando por que los perfiles de las personas que aprenden este deporte son completamente diferentes: desde los que presentan una discapacidad de nacimiento a aquellos a los que les ha sobrevenido luego por accidente o enfermedad, pasando por personas completamente sanas, ya que desde hace tres años la escuela es inclusiva y tiene cabida cualquiera que lo desee.

El elemento igualador entre tanta variedad no es otro que la silla de ruedas. Es lo que más complica la disciplina con respecto al básquet tradicional y al mismo tiempo lo que la hace más atractiva. «Tienes una variable más y a cualquier persona sin discapacidad que se lo plantees le resulta complejo. Necesitas tener en cuenta el espacio que ocupa a la hora de botar, moverte y jugar, pero también te permite coger velocidad, realizar otros movimientos», señala. Sobre el preferido por los más pequeños no hay discusión: «Les encanta poder chocar sabiendo que no se van a hacer daño. Les llama muchísimo la atención».

El objetivo básico de las escuelas es potenciar la autonomía de los alumnos teniendo en cuenta las características de cada uno de ellos. «Trabajamos mucho la movilidad, la fuerza, la potencia... Pero hay algunos que están todo el día en la silla, otros que caminan, personas que pueden mover el tronco y otras que solo una mano... Por eso el trabajo tiene que ser muy individualizado y no se les puede exigir a todos lo mismo», subraya Cabaleiro.

La movilidad de los miembros superiores favorece mucho la práctica del baloncesto en silla, lo cual no significa que sea imprescindible. «Todo se puede suplir con esfuerzo. Tenemos el ejemplo de Luismi, un chico hemipléjico que a base de entrenar y sacrificarse ha llegado al filial». Los casos de superación incluyen a personas amputadas de algún miembros superior, pero detrás de cada uno hay una historia que merecería ser contada. «Uxía y Nico empezaron el mismo día que yo, hará ocho años. Ahora tiene 14 o 15 y de no llegar a la canasta de minibásquet ahora los ves encestar en la grande. Ves cómo progresan no ya como jugadores, también como personas».

Con los niños, ocurre a veces que el obstáculo no viene dado por sus características físicas, sino por ideas erróneas de los padres. «Cuando su hijo no necesita la silla, a veces la ven como una limitación en vez de como esa herramienta igualadora que es. Les da miedo. No entienden que si su hijo camina, aunque sea con muletas, vaya a jugar en una silla». La clave, dice, es verlo como el coche para el piloto de Fórmula 1. «Con Agustín Alejos -que se convirtió el pasado verano en el primer medallista paralímpico nacido en Vigo-, hubo ese problema. A Pablo le costó muchísimo convencerles y Agustín siempre dice que gracias a este deporte le ha cambiado por completo la vida».

Esa misma expresión utiliza el propio Cabaleiro para referirse a lo que le ha ocurrido a él. Y también menciona a Pablo Beiro, alma del Amfiv fallecido en el 2015. «Fue el que me animó a sacarme el título de entrenador y a comenzar en las escuelas. Me ha cambiado la manera de ver el mundo, de ver a la gente, de afrontar los problemas... Les ves llegar a un entrenamiento siempre con una sonrisa y modifica tu percepción de todo».

También para los propios protagonistas convivir y jugar juntos es muchas veces una terapia. «Comprueban que el mundo sigue, que hay gente que ha pasado lo mismo y es feliz con una vida plena. Que hay cosas que te limitan pero no te impiden, porque están en tu mente». Partiendo de ahí, y más allá de necesidades específicas, la clave es tratarlos como a cualquiera: «Vas con el freno de mano puesto y enseguida ves que los más brutos hablando son ellos», comenta entre risas. La normalidad debe ser siempre el punto de partida.

Miriam Vázquez
foto: X. Carlos Gil
lavozdegalicia.es