La última medalla de Barcelona 92 la alcanzó un año más tarde de los Juegos un grupo de apasionadas de la canasta que superó la decepción de quedarse a las puertas del podio olímpico y estiró su perseverancia competitiva hasta abrazar en el Eurobasket de Perugia una gloria inédita.

El 13 de junio de 1993, mientras el país entero vibraba viendo a Indurain encarrilar la conquista de su tercer Tour, la selección femenina de baloncesto lograba el oro europeo ante Francia. Ese día, Blanca Ares, Carolina Mújica, Marina Ferragut, Paloma Sánchez, Wonny Geuer, Mónica Messa, Betty Cebrián, Ana Belén Álvaro, Pilar Valero, Laura Grande, Piluca Alonso, Mar Xantal y el entrenador, Manolo Coloma, completaron el primer viaje a la Luna de un equipo que, 25 años después, llega al Mundial de Tenerife que se inicia este sábado instalado en la élite.
    
El triunfo de 1993 fue la primera medalla en la historia de la selección femenina y el primer oro de todo el baloncesto español. Fue la primera hazaña en una enciclopedia que comenzaron a escribir las pioneras en 1963 y con el cambio de siglo entró en otra dimensión, con ocho podios europeos —cinco bronces (2001, 2003, 2005, 2009 y 2015), una plata (2007) y dos oros (2013 y 2017)—; dos en Mundiales —bronce en 2010 y plata en 2014—; y uno en los Juegos —plata en 2016—.

Rodeadas de trofeos y recuerdos, cuatro de las campeonas, Carolina Mújica, Mónica Messa, Wonny Geuer y Laura Grande, se reúnen con El PAÍS en el museo de la Federación Española en Alcobendas para poner en valor “una conquista invisible” y rememorar “otro baloncesto, otro deporte y otra sociedad”. “Hemos tenido una historia muy importante pero muy desconocida”, reivindica Messa desde la experiencia de sus 185 internacionalidades. “Nuestro oro abrió el palmarés, pero no inició el camino. Nosotras cogimos el relevo de Rocío Jiménez, Rosa Castillo, Ana Yunyer, Elvira Gras, Celia García y tantas otras y lo entregamos después. La cadena no se ha roto nunca. Por eso nos sentimos partícipes de los éxitos de la selección actual. Es una pasada verlas jugar”, añade. “Esto es una gran aventura de todas. Nosotras jugábamos bien pero era otro mundo. Poco a poco hemos ido evolucionando”, suma Mújica, 202 veces internacional.

La pelea estaba dentro y fuera de la pista. “A mi hija le parece una locura pero, hace 25 años, a muchas familias no les gustaba que nos dedicáramos al deporte y tuve compañeras que incluso lo dejaron porque no les gustaba a sus novios. Muchas comenzamos en el baloncesto porque el fútbol lo teníamos prohibido”, explica Geuer (158 internacionalidades) trazando la radiografía social de la época. “Teníamos que pasar controles de sexo para conseguir el carné de mujeres”, completa Laura Grande (94 partidos con España), que jugaba en el Dorna bicampeón de Europa y llegó como refuerzo de juventud al grupo de las olímpicas.

La aventura de las campeonas del 93 comenzó mucho tiempo antes del éxito de Perugia e incluso de que la flecha de Antonio Rebollo encendiera el pebetero de Montjuïc. La concesión de los Juegos marcó el inicio de un proyecto de país que puso en órbita al deporte español. “El plan ADO lo cambió todo. Llegó la profesionalización a todos los niveles”, detalla Mújica. La captación de talento llegó hasta edad cadete y el reclutamiento desmanteló a los equipos de la liga para reunir al mejor grupo posible en pos del gran sueño olímpico.

En 1988 iniciamos la preparación para los Juegos en régimen de concentración permanente”, cuenta Messa. “Comenzamos un trabajo físico, dirigido por Bernardino Lombao, que nos permitió empezar a mirar de tú a tú a países que eran inalcanzables por genética”, sostiene Geuer. Aparecieron entonces las figuras del médico, el preparador físico y los fisioterapeutas, desconocidas hasta entonces en el baloncesto femenino y un calendario de giras por todo el mundo que comenzaron siendo una colección de “palizas”, en forma de derrotas “por 40 puntos”, pero acabaron forjando a un conjunto competitivo ante la reválida olímpica. Sin embargo, la derrota en el partido inaugural ante China lastró las opciones olímpicas de una selección que se tuvo que conformar con un quinto puesto. La revancha llegó un año después.

“Sabíamos que habíamos estado muy cerca y esta vez llegamos con la madurez competitiva ideal”, repasa Mújica. “Teníamos la espina clavada y apostamos todas nuestras primas de aquel Europeo a un único premio que era el oro. Nos dijeron que sí rápidamente porque no creían en nosotras”, revela Messa, una de las jugadoras que acudió a la reunión en la que se pactó un premio de un millón de pesetas para cada una en caso de lograr el título. Se lo ganaron a pulso.

Barrimos a Polonia en el primer partido [92-68] y jugamos bien. Ahí soltamos los nervios y todo comenzó a fluir. Dimos la campanada”, analiza Laura Grande. “Después del sacrificio que supuso dejarlo todo para preparar los Juegos, nos quitamos la presión y comenzamos a disfrutar de la competición”, refrenda Geuer. “Llevábamos tanto tiempo conviviendo juntas que en la pista nos encontrábamos sin mirarnos”, completa. “No estábamos obligadas a nada y quizá por eso lo conseguimos”, remata Mújica.

Cayó Eslovaquia en semifinales (73-55) y Francia en la final (63-53). La selección femenina alcanzaba la gloria que llevaban un lustro persiguiendo. “En ese momento no piensas que eres pionera ni que eres nada. Piensas en que estás en lo más alto del podio. Era impensable cuando empezamos. Fue increíble”, señala Geuer. “Tardamos en darnos cuenta del valor que tenía aquello”, expresa Grande. Los medios tampoco ayudaron a dimensionar la gesta. “La final la televisaron en La 1, pero apenas nos dieron bola. Eso no ha cambiado mucho. Hace solo un año, cuando España ya llevaba años sin bajarse del podio y era candidata al título, también estuvieron solas en Praga. Eso sería impensable con la masculina”, recuerda Mújica. “Nosotras éramos invisibles al lado de los Epis y Villacampas, afortunadamente hay voluntad de equilibrar las cosas”, concluye Messa.

Las cuatro campeonas siguen compitiendo con su equipo, las All Blacks, incluso a nivel internacional. “Las rivales nos meten mucha caña. Se piensan que todavía somos las de antes y estamos para el arrastre. Y nosotras nos tiramos al suelo a por los balones y luego estamos 15 días sin poder movernos”, relatan entre risas. “Es la excusa para reunirnos y recordar una época y un título que, aunque no nos cambió la vida, sí nos marcó para siempre”, cierran.

 

VIDEO NOTICIA

 

 

ORO Eurobasket 2013 

 

 

 

 

 

PLATA Mundial 2014

 

 

 

 

 

BRONCE Eurobasket 2015

 

 

 

 

 

 

PLATA JJ.OO. 2016

 

 

 

 

 

ORO Eurobasket 2017

 

 

 

 

 


Mundial 2018: Ganar después de ganar


 

 

 

 

 


Faustino Sáez
foto: Inma Flores
elpais.com